2016-12-06

LA ORDEN JERONIMA MONASTERIO DEL PARRAL SEGOVIA










EL PARRAL BALUARTE DE LA ORDEN JERÓNIMA

 

Llego con la pilas a tope de un lugar en Córdoba que dicen Valparaíso, un monasterio, fundado peñas arriba del palacio de Medina Azahara por jerónimos de Segovia. Me han venido a la memoria recuerdos cuando vagábamos hace muchos años riberas del Eresma Paseo de los Melancólicos, uno de los emplazamientos más románticos de nuestra ciudad cabe los muros del Parral, el convento que instituyera don Juan de Pacheco marqués de Villena que allí está enterrado junto a su mujer doña María de Portocarrero. Íbamos los curillas de entonces a visitar al único monje que quedaba el que reinstauró la comunidad en 1928. Bajábamos a admirar los túmulos de buena labra que presidían las estatuas de las tumbas yacentes.

Por Semana Sanita el altar mayor aparecía cubierto con un inmenso mural en el que se representaba el calvario y la pasión de Cristo con Segovia al fondo. ¿También los segovianos fuimos los esbirros del Salvador?

 Algunos decían que el alma en pena del marqués de Villena se paseaba por los ánditos de las capillas mientras los monjes cantaban gregoriano. El Parral y Fuencisla fueron escenario de antiguas leyendas.

La laura está sin acabar—se le terminó al valido de Enrique IV el presupuesto— pero su airoso campanario en la vaguada con los adornos calados de la crestería otorgan un perfil inconfundible al panorama de la ciudad.

El marqués de Villena (ni palabra mala ni obra) de quien se decía ha sufrido los zarpazos del escarnio de la infamia y la contumelia al igual que el rey Enrique IV.

Fuera o no alquimista y nigromante y que tuviera al monarca hechizado — hoy diríamos que lo tenía sorbido el seso— el hecho es que don Juan de Pacheco contribuyó a que la corte del último Trastámara en Segovia fuera un emporio de cultura que maravillara a los extranjeros que la visitaran, un lugar de tolerancia y de progreso.

En este mismo orden de cosas el “quincento” español constituye el triunfo de la iglesia católica como religión de Estado con preeminencia sobre las otras dos religiones monoteístas.

A esa victoria contribuyeron los conventuales de la OSH, orden que fue aprobada mediante una bula paradójicamente del papa reinante en Aviñón, Benedicto XIII el valenciano Papa Luna sobre cuya figuran los barrotes y cerrojos del calabozo y el destierro de la infamia.

Sin embargo, el Papa Borja fue un eclesiástico piadoso que pretendía una reforma de la iglesia desde arriba. Y las constituciones jerónimas guardan ese sello anarquista, independiente y creador que caracteriza a los españoles los cuales cuando se meten a frailes gustan también de ir a su aire.

La orden jerónima inspira sus constituciones en aquel penitente romano de origen dálmata que propone el desierto la abstinencia y la huida del mundanal ruido para estudiar las Escrituras como método de santificación. El triunfo está en la huida y esa renuncia al mundo y sus vanidades nos ponen en camino de la Jerusalén celeste.

Adopta también algunos principios de la Regla de San Benito “ora et labora” (trabajo manual y súplica incesante) pero añade otro estímulo maravilloso. “Festina lenta” (sin prisa pero sin pausa, hay que ir poco a poco).

Dentro de este aforismo subyace la tradicional parsimonia del monje jerónimo morador del silencio y de la calma, habito blanco y escapulario pardo, en los labios una sonrisa, cinto de cuero negro porque para subir la montaña hay que atarse los machos —sint lumbini vestir praecinti— el cerquillo y el colodro bien rapado como expresión de su renuncia a lo mundano.

Ahora a lo que parece se han puesto de moda entre los jóvenes las afeitadas pelambreras jerónimas a lo motilón.

Otro aspecto destacable era su amor a la liturgia y la recitación de las horas cantadas el día y la noche. Felipe II tan es así que nunca faltaba a los rezos en San Lorenzo y si, por casualidad, alguno de los chantres se equivocaba o se comía un versículo —cuenta la tradición—, mandaba repetir todo el salterio.

Fueron los jerónimos los monjes de los Reyes Católicos (fray Hernando de Talavera el piadoso confesor de Isabel) los que construyeron el Escorial, los que en Yuste rodearon al emperador en su lecho de muerte. Los primeros que fueron enviados a las Indias con Colón, luego los encomenderos los sustituyeron por franciscanos y dominicos.

El monasterio del Parral se constituyó poco después del de Lupiana Guadalajara epicentro de la Orden y Alma Mater, al cabo de su aprobación por el Papa Luna y cobra auge durante los reinados de Juan II y de Enrique IV llegando a ser una institución tan poderosa, merced a las encomiendas y donativos, que se decía que una ardilla podía atravesar la península ibérica e ir de Valencia a Lisboa saltando de un árbol a otro sin salirse de las propiedades de la OSH.

Al igual que los fundos cistercienses estos conventos de clausura son establecidos en lugares apartados a la vera de los ríos y cerca de los montes donde sonríe la naturaleza y están todos ellos dedicados a la Virgen.

Así: santa María del Parral, Nuestra Señora de los Ángeles en Javea, santa María de Lupiana etc.

Actualmente, los jerónimos adolecen de las mismas carencias que afligen a la iglesia latina; la principal: falta de vocaciones por lo que algunos de sus monasterios tuvieron que cerrar o agruparse. Ese parece el designio de los tiempos.

Sin embargo la impase parece coyuntural no estructural y hasta me aventuro a formular una profecía: en un futuro no lejano los claustros volverán a colmarse de novicios y que Dios me oiga. En el monacato está la vida perfecta. Nosce te ipsum