2017-05-05

Posted: 05 May 2017 12:25 AM PDT



MONASTERIO DE CARDABA SACRAMENIA UNA HISTORIA DE NOVELA

Al campanario de la torre de san Gregorio subí muchas veces cuando por los Difuntos  había que dar los clamores de ánimas. Tan. Tan. Toda la noche. El Agustín, mi primo, el hijo del sacristán  y yo, trepábamos devanando el husillo de la escalera de caracol llena de plomizo.  Esta forma alabeada de los estribos era una señal del roce de los siglos.
Los peldaños estaban desgastados y presentaban una línea convexa, testimonio de que fueron millones que por allí subieron y bajaron. Las cagadas de las aves debían de tener mil años casi como la torre, que fue un fortín templariot. Subí incontables veces los peldaños hoy desgastados de esta escalera. Me bebí a sorbos el espíritu templario que honra la cruz y la defiende con la espada bajo la consigna de trabajar y rezar. Forma parte de mi cultura de mis genes pero nunca haré la palinodia de los habitantes de Fuentesoto gente tornadiza quye padece del mal de España de los godos lo que llaman el morbo visigótico, la envidia y la hipocresía. Sin embargo la grandeza de esta torre en lo alto de un somo me sobrecoge. Es uin grito de memoria al pasado y una advertencia al futuro. Castilla ya se ha dicho face los omes y los desface. Es una nación que da origen a la e3spañola. Se hizo peleando contrta el infiel. Fuimos unos adelantados del sionismo, era nuestra meta la conquista de los Santos Lugares. Mis antecesores eran pequeños, cetrinos algo trabados de hombros (lo pregonan las angosturas de esta escalera) pero recios en la batalla, curtidos en la lucha. Avezados al sufrimiento, prevenidos en frontera y ellos estaban en la vanguardia. Esta iglesia y estos monasterios fueron destruidos varias veces por la morisma pero luego reconquistaron sus tierras renegaron de Mahoma y cantaron vivas a la Trinidad. Dios es Uno y Trino. Ni mahometanos ni judíos han entendido aun la procesión trinitaria que es uno de los grandes enigmas teológicos del mundo.
En tiempos de la reconquista cambió bastantes veces de mano. Fuentesoto en la margen derecha del Duero marcaba el hito de la frontera. El edificio debió de ser un templo dedicado a Jupiter  luego basílica cristiana por su planta cuadrangular (se aprecia bien en el ábside) enseguida los visigodos dedicaron la iglesia a san Gregorio VII el papa que luchó contra las investiduras el del castillo de Canosa. Vino san Bernardo y erigió un monasterio en aquellos parajes en la ribera del Duratón donde vivían muchos eremitas.  Estamos hablando de las circunscripciones de Cuevas de Provanco, Sacramenia, Aldeasoña, Tejares, los Castros, Torre Adrada, Sepúlveda. Pero los eremitorios debieron de ser arrasados en una de las muchas razzias como demuestran las adarajas que quedan en el lienzo de pared junto al arco ojival actualmente cementerio donde fueron inhumados muchos miembros de mi familia. El templo debió de ser de buena hechura.
El cimborrio no se ha caído ni tampoco la torre de san Gregorio. Los vanos del campanario arcos de medio punto parecen dos ojos fantasmales que vieron el discurrir de la vida de Fuentesoto. El pueblo antes estaba arriba. Hoy se reclina en torno a una fuente torrencial que da origen a la vega que riega los campos de Sacramenia y de Pecharromán.
Esta escalera de caracol enm el olvidado campanario creo que guarda el secreto del enigma templario y forma parte del carisma cisterciense, un secreto a muy poco revelados pero que en mis horas bajas de desaliento pienso que es signo de predestinación. Al fin y al cabo Dios no abandona a los que lucharon por Él y a los que nacieron vivieron y murieron a la sombra de la Cruz del Temple. Respice stellam voca Mariam. Yo no sé pero esta devoción a la Virgen que  me inculcaron de pequeño me ha sacado a lo largo de mis días de muchos atascos.



El día de san Bernardo los que, como yo, siguen la regla del Doctor Melifluo y abrazaron las constituciones de su monacato dentro del siglo se sienten un poco tristes. Es tristeza fin de siècle, llanto por nuestros pasos perdidos, tristeza de finales del verano, nostalgia celestial por el canto de aquellos monjes blancos con la cogulla negra resonando lejanos a través de  los valles de Europa. Son las voces anónimas de quienes siguieron la senda apartada del cantor de María, delicadas armonías del 20 de agosto.
Menguan los días, marchan las golondrinas pero los zarzales se encuentran llenos de fruto y la luz declinante baña de todos los colores el rosetón de la antigua iglesia del monasterio de Cardaba en Sacramenia cuyo claustro fue vendido a los norteamericanos y hoy puede visitarse en Nueva York. Subí varias ocasiones a su emplazamiento en el alto Manhattan cuando era corresponsal o bien acompañando a familiares y parientes venidos de España o llevado por la nostalgia de aquellos sillares de buena labra que contenían todo el carbono 14 y el polvo de aquellos andurriales que tantas veces recorrí de niño. Eché de menos el silencio monacal y esa vida anónima de los profesos que, muertos al mundo, sus pompas y vanidades, pasaron por esta vida sin dejar rastro salvo alguna que otra firma al dorso de alguna letra capitular miniada, un nombre o una fecha consignados al desgaire sobre algún que otro libro del armoriumo biblioteca capitular.
El monasterio debió de ser muy grande dadas las dimensiones de la bodega y del granero. En todas las actas la firma del padre cillero o ecónomo figura al lado de la del abad. Algo más de un centenar de monjes entre profesos y donados que hacían vida de comunidad total sin derecho a la privacidad ni a una celda conventual según la estricta regla de Claraval. Los cistercienses supusieron la reforma relajada a la regla de san Benito vigente en los dos grandes monasterios benedictinos: Cluny y Montecasino. Mantuvieron la cogulla negra pero el hábito y el cordón son blancos. Representan una norma más rigurosa de vida porque todo lo hacían en común. Carecían de privacidad. En los dos monasterios centrales de Citeux y Clairvaux la vida discurría a toque de campana. En la “Carta De Caridad” san Bernardo recomienda a sus hijos el trabajo manual como primordial y continencia.  La regla Bernardina vedaba a los monjes todo comercio con el bello sexo y la entrada en el claustro estaba prohibida. “Es más dificultoso vivir un hombre en compañía de mujeres sin ofensa a Dios que resucitar a un muerto”, escribe el Doctor Melifluo.
El intelectual viene en un segundo plano y se practica a la hora de tercia por monjes cualificados calígrafos que trabajan en el “scriptorium”. Los monjes benitos por su parte encargaban del trabajo de manois a los donados que eran verdaderos siervos de la gleba pero la norma del “ora et labora” es la misma. Otra de sus singularidades es el fervor marial. San Bernardo (extraño personaje, algunos de cuyos aspectos relevantes de su personalidad no han sido descubiertos) fue el gran cantor de María, una devoción que importaron los templarios de lñas cristiandades bizantinas. No hay que olvidar que el carisma cisterciense, siguiendo las pautas de su fundador, que predicó la segunda cruzada, pone a a sus hijos a los pies de la Virgen. Era su lema “mira a la estrella, invoca a María” y todos sus monasterios, situados en lugares apartados, en valles escondidos “in saltibus et campestribus” donde podían llevarse a cabo tareas agrícolas, lejos del mundanal ruido, siguiendo el curso del sol y la rotación de las estaciones.
Este monasterio de Sacramenia del que no queda cnada estaba ya en malas condiciones cuando a últimosd del siglo pasado lo visita el polígrafo malllorquón J. M. Quadrado y poco tiene que ver en su estructura que es la m´ças antiguas de las casas cisterciense con la grandiosidad de Veruela o el Oliva.
La orden cisterciense a primera vista es mucho más dificultosa que la benedictina lo que al correr de los siglos va a dar lugar a disputas internas entre frailes mitigados y observantes pero su expansión en unos pocos lustros a partir de 1098 cando se establece la primera fundación resulta un hecho que habría que calificar de milagroso. En menos de cincuenta años Europa desde Escocia a Portugal y desde Polonia y Suecia hasta el sur de Francia y Polonia surge una verdadera eclosión de cenobios. Esta eclosión monástica en el que prepondera el sello cristiano de la Europa medieval se compadece poco con la mentalidad lógica y hedonista del siglo XXI. No lo podemos entender pero la  cronología histórica del humano quehacer tiene que ver poco con el Divino Designio. El Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere. Hasta el punto de que en este fenómeno topamos con lo inefable.
Se cree que el primer monasterio en la península ibérica fue el de Sacramenia (muralla sagrada significa el toponímico en latín) en Segovia consagrado en 1133 por doce monjes borgoñones. Algunos cronistas, sin embargo, sostienen que le precedió el convento de Moreruela. Le siguieron el de Osera emn Galicia, Valparaíso en Córdoba, Las Huelgas, Oliva, Fietero, Scala Dei, Veruela, el monasterio de Piedra y Poblet.
La disciplina monástica es más rigurosa que entre los benedictinos porque, amen de sus votos de humildad pobreza, estabilidad y obediencia, estaban obligados por la Carta de Caridad no sólo a amarse unos a otros sino también a soportarse de por vida. Conllevancia se llama esta figura. El quebrantamiento de esta norma podía derivar en penas de cárcel decretadas por el abad. En los monasterios había calabozos y celdas de castigo. Cuando la comunidad era convocada a capitulo cada uno de los religiosos había de hacer confesión pública de sus pecados. Otra nota relevante para los que querían alcanzar lña perfección era la supresión de la concupiscencia de los ojos y la sujeción  de la regla. El silencio es la vía de la paz interior.
Los monjes habían de cumplir taciturnidad y sólo podían hablar por señas. Todos los monasterios con esa simplicidad creativa constaban de una iglesia, un refectorio, varios claustros para los monjes profesos y otro para los donados o conversos, un caldario o  hipocausto (gloria) para calentarse, la cilla o granero, caballerizas y salón de aperos, enfermería y un cementerio. Pasaban la noche en dormitorios corridos, su descanso nocturno siendo interrumpido por el rezo de maitines, prima tercia y nona. Una forma de vida empuñando el azadón y el breviario. La ergasiomanía (ganarás el pan con el sudor de tu frente) no es para el monje una condena por el pecado de Adaán sino un instrumento de salvación   
Rezaban en una única iglesia y comían en un refectorio comunal, iban a trabajar al  campo en cuadrillas y estudiaban en el scriptorium (una gran sala al lado de la huerta) volcando su sabiduría sobre los códices haciendo correr el cálamo con buen pulso e infinita paciencia benedictina sobre el pergamino. Escribían con tinta negra y roja. Quehacer impersonal sin vanagloria. Fidelidad a un canon y un horario fijo.  Al tomar el hábito cisterciense hacían el voto de renunciar al “yo”. Este anonimato como regla de vida como muerte a las cosas del siglo, la supresión de cualquier prurito mundanal, es un dato sorprendente. En el claustro cisterciense se respiura un espíritu colectivo. Es lo coral total, que hace pensar en los koljós soviéticos o los kibutz israelíes.
Todos los días igual. Hacían guerra a las pasiones; dominaban sus apetitos, mortificaban sus carnes con ayunos y morían de muy viejos casi siempre delante de un retrato de la Virgen María que les abría las puertas del cielo. Ello forma parte del misterioso legado cisterciense que siempre me sedujo.
El que a dios tiene nada le falta aunque viva pobre como una rata y en el más estricto anonimato monacal. Buscaban el  paraíso en la tierra y la unión con el Altísimo mediante la plegaria litúrgica, el trabajo de manos, a tenor con los cánones de la Regla de san Benito mejorada por Bernardo de Claraval. Uno de los mayores santos que ha dado la Iglesia pero esa grandeza no le exime de la complejidad de su personalidad. El don de profecía forma parte del carisma cisterciense. Hay que tener en cuenta que vivió en un siglo de cambio. El feudalismo entre en crisis y los siervos de la gleba se desarraigan. Las predicaciones apocalípticas al grito de Dios lo quiere de Pedro Ermitaño habían dado pábulo a la creencia de que se acercaba el fin del mundo y en esa estructura mental mesiánica se produce el desplazamiento de gentes que quieren tomar Jerusalén para aguardar en la Ciudad Santa la Segunda Venida. Un disparate desde luego pero no hay que olvidar que Dios escribe al derecho con renglones torcidos y de ese espíritu de milicia celestial que pone a la hueste católica en movimiento se va a producir el espíritu de renovación espiritual que traen los monjes blancos, san Bernardo como buen francés cree en la verticalidad. El espíritu de su obra es simple calado en la línea recta.
Esos colores vitrales de la iglesia escondida en el valle de Sacramenia guardan muchos de mis recuerdos de niño cuando en cuadrillas acudíamos a la romería que se celebraba en el prado Boyal de Cárdaba la romería del santo fundador de los Monjes Blancos; garrafatinas, almendras de Alcalá, tiro al pato en las casetas, tambor y gaita. Inundaban el aire melodías de dulzainas. Los del pueblo, jota va jota, viene (¡arsa morena!) bailaban al santo hasta que antes de atardecido acababa el jolgorio y regresábamos a nuestras aldeas andando y casi en plena oscuridad entregados a la contemplación de la estrellería las noches de agosto que en la provincia de Segovia tienen un fulgor especial.  La llegada de los cistercienses a esta comarca cercana a Sepúlveda y a Sebulcro donde habitaban los ermitaños de los Siete Altares sepulvedanos o los morabitos de las Cuevas de Fuentesoto representó la fusión del antiguo monaquismo oriental con el ideal del monasterio benedictino de Occidente. Alfonso VII suprime el rfito mozárabe y adopta el calendario y el martirologio romano. Esta singularidad de las ermitas de san Vicente cerca de los pagos de Pecharromán y de la iglesia de san Gregorio en un cerro, de traza cuadrada, pero de nave ojival, no ha sido debidamente estudiada. Para mí representa la fusión de las tres culturas a la sombra de la cruz. Es el síndrome del carácter cisterciense concomitante a los templarios.  
Hace muchos años que no acudo al festejo en los predios sacramenios los muros sagrados del antiguo cenobio castellano y una de las primeras fundaciones cistercienses, situado entre Valtiendas y Pecharromán aguas debajo de un río que nace en Fuentesoto y al que aun no han puesto nombre solo se sabe que es afluente del Duratón. Flotan sobre el ambiente tristezas de despedida, nadie conoce los pasos ni los designios de dios por qué los muros sagrados se derrumbaron en el trajín de los siglos, de las guerras, las desamortizaciones, las leyes secularizadoras: ese ir y venir de la historia en el que no se percibe un rigor lógico. Es el caos de las pasiones humanas, el vórtice de la naturaleza inmisericorde con los débiles.
Si en Inglaterra pasó como un terremoto Cromwell que redujo a ceniza casi prácticamente la totalidad el patrimonio eclesiástico inglés, uno de los más ricos durante la edad media, en España un ministro por nombre Mendizábal pasó por estos ámbitos como la apisonadora. Por si fuera poco mamelucos y gabachos durante la francesada dieron buena cuenta de lo que quedaba.
Se quemaron  cosechas, pegaron fuego a varios pueblos como el de Santa Cruz en el alfoz de Fuentidueña y ardieron  conventos. Un furor revolucionario sacude la historia de tarde en tarde y agitando la tea iconoclasta acabó con estos muros consagrados. La casa matriz del Cister  y la propia orden que irradió por toda Europa una fuerza expansiva, cultural y constructora al grito de Dios lo quiere, impulso de las cruzadas, premonición del arte románico en el que Cristo se convierte en músico y arquitecto, un increíble y misterioso movimiento religioso y litúrgico en la primera y segunda mitad del siglo XII está hoy casi desparecida. El cenobio de Citeux donde cuando murió el fundador en 1153 residían en el claustro cerca de ochocientos monjes  la Bretaña francesa, en pleno valle de Claraval se convertiría en una de las penitenciarías inexpugnables de Francia, al igual que el monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia o el propio Chinchilla. Los edificios que un día fueron jardines de María – en mi obra Viva Claraval elogio de la vida contemplativa lo específico – se transforman en aulas de dolor–.  Eran  salas de Dios. ¡Qué ironía! El monasterio de Veruela en Soria le sirvió a Bécquer de inspiración para algunas de las historias de terror en las que se inicia el romanticismo como género literario al igual que toda una pléyade de cenobios cistercienses en Galicia (Celanova), Zamora (Moreruela), Palencia (Aula Dei), fantasmagóricos recintos abandonados. La regla Bernarda cambió el rostro de occidente desde el punto de vista religioso. En España el rito hispano visigótico de origen griego cede el sitio al rito romano. Los monjes blancos traen consigo el espíritu de cruzada y se transforman en soldados ocupando torres en la frontera. A partir de los cistercienses los cruzados impregnan Europa de un nuevo espíritu, que es el espíritu de frontera y de defensa de la cruz.
Otro aspecto es el afán repoblador. Plantan majuelos, roturan baldíos, siguiendo el precepto de san Benito ora et labora en el que inspira su regla san Bernardo. Los caldos del mejor vino del mundo el Vega Sicilia que se cría por estos pagos fueron una invención cisterciense. Los monjes trajeron esquejes de las viñas borgoñonas las cuales, trasplantadas a los valles del Duero, produjeron ese mosto superior.
Cardaba – la data de su consagración remonta a 1142– fue construida por musulmanes que fueron hechos prisioneros por Alfonso VII el Emperador y conducidos a Castilla como mano de obra. Es por esto por lo que en los valles de Sacramenia, Aldeasoña, Provanco y Peñafiel buena parte de la población es de origen morisco (también judía) que se mezcló con la autóctona de ascendencia romana o vaccea. Son los aportillados de Sacramenia a los que Alfonso X manumitió y les dio derecho a llevar armas y acudir a la guerra como soldados.
Sabemos que el primer abad era borgoñón y se llamaba Raimundo y que el último era un amigo del Empecinado que se tiró al monte y murió peleando con los franceses. Se llamaba fray Elías.
En 1835 son enajenados los predios de Cardaba y los compra un labrador rico de Pecharromán. Casi un siglo adelante 1925 el magnate Randolph Hearst los descubrió y decide adquirirlos con la intención de transportarlo piedra a piedra a los USA por cinco millones de pesetas. Los sillares marcados y ordenados fueron embarcados y transportados en un carguero a Estados Unidos.
Ocurre la gran crisis del 29 y los negocios de Hearst el magnate que inspiró al Ciudadano Kane de Orson Wells dio en quiebra y el cargamento permanece olvidado en una dársena del puerto neoyorquino. Unos estibadores al cabo de tres décadas descubren el contenedor y las piedras van a parar a Miami (el ábside) mientras el claustro se queda en un museo al norte de la Ciudad de los Rascacielos. En fin, todo un cúmulo de vicisitudes dignas de un apasionante thriller trama para ahormar una novela supositicia de fantaciencia.
De las piedras seculares emanó según cuentan una maldición que ocasionó la ruina del magnate de los grandes rotativos. Hearst había sido el culpable de que el gobierno yanqui declarara la guerra a España arrebatándonos el último florón del viejo imperio colonial. En connivencia con el almirante Simpson urdió la estratagema burda de la voladura del Maine. Murieron muchos de nuestros soldaditos como consecuencia del hambre y del tifus después del bloqueo a la isla por la poderosa escuadra norteamericana. Aquellas piedras monacales clamaron revancha contra el hundimiento del buque “Furor” mandado por Fernando Villamil el héroe astur que un 3 de julio de 1898 levó anclas a sabiendas que esta temeraria salida del puerto de Santiago firmaba su sentencia de muerte.
La ruina de aquel banquero  que en uno de sus múltiples viajes a Europa quiso comprarlo todo  yo me pregunto si la quiebra de aquel hombre de negocios no fue una venganza de los templarios después de la estratagema del Maine y la guerra de Cuba. Por lo visto. A veces la Providencia castiga sin piedra ni palo.
Curiosamente en la actualidad uno de los centros de florecimiento de la trapa cisterciense es California, Nueva York, Connecticut y Nuevo Méjico.
BALTASAR GRACIAN EL BIBILITANO

UN ACCITANO DE GUADIX Y UN CUENTO QUE RETRATA EL SIGLO XIX
Pedro Antonio de Alarcón El Clavo




Una de las situaciones pintorescas en las que sueña Pedro Antonio de Alarcón en sus nostálgicos y sentimentales cuentos en los que el lector añora Granada( Madrid la calle Atocha y Valdemoro donde residió) es subirse a una diligencia y encontrarse en la rotonda con la mujer de sus sueños. Donde menos se espera salta una aventura pero el humorismo sardónico nos deja con la miel en los labios porque la ínclita- el granadino las preferiría rubias y corpulentas, pecheras, entradas en carnes, algo donde agarrar- resulta una damita muy pudibunda, treinta años, bonitos dientes, hoyuelos en las mejilla, escote alto y un libro en la mano, quizás una novela "cuyo héroe podría parecerse a mí (pues no pide usted nada, don Pedro Antonio), elegante damisela y sola- o viaja en busca de su marido, es una puta o una asesina.

El novelista sabe jugar con las situaciones delirantes y atrapando el interés del lector le lleva al huerto pero no hay tal huerto sino una situación bufa. Nuestros antepasados del siglo XIX trataban de ligar en los carruajes de posta. Antes del primer relevo donde estaba la posada del encuarte ya había declarado sus amores. En lo alto del pescante el postillón chascaba la tralla. Se tardaban dos días y medio desde Gijón a Madrid parada en la venta la Tuerta en León, Ataquines, media hora. El viaje a Granada era más peligroso por el aliciente de los bandidos al acecho por Sierra Morena. Estos escritores románticos poco se preocupan del paisaje, tampoco demasiado del paisanaje. El mayoral látigo en ristre para aguantar el frío y las tropelías del camino al bajar Despeñaperros (aquel carretero madre… quede amores me habló etc.), pasado Torrejón, el automedonte se había metido entre pecho y espalda una azumbre de aguardiente y reforzado su lenguaje con un repertorio de delirantes cagamentos. Juras más que un carretero. Para cojurar el aburrimiento o el miedo el cochero se echaba cuatro cantes. Coplas y más coplas. Veredas y más veredas.

-¿Vas de recua?

-Sí a Sanlucar por ver al Duque.

Las mulas eran todas aragonesas más resistentes pero zainas y cabezonas que tú no veas. El camino pedía aventura, reclamaba sobresaltos y daba alguna coz, un golpe inesperado. Los niños del siglo XIX no querían ser pilotos ni bomberos, querían ser delanteros de diligencia y guiar un convoy de mulillas trotonas haciendo sonar los cascabeles de sus colleras. A par de la calesa y sobre una yegua cordobesa a modo de vigilante solía cabalgar un mozo de espuela con un trabuco o una escopeta a la grupa, y que le iba advirtiendo al que guiaba de las incidencias y vericuetos del camino y si el carruaje cargaba trasero o delantero. Manolo tensa las riendas. Pese a las prevenciones las diligencias hacían molino porque se rompía una ballesta o se desbocaba alguno de los jumentos de la recua. Tenía que venir el herrero del pueblo más próximo. Era la desesperación pero Menéndez y Pelayo en el itinerario que va entre la Puerta del Sol y Puerto Chico solía leerse diez libros mientras se fumaba una caja de puros.

Si a la señora se le antojaba hacer pipi, ningún problema: con alzarse las enaguas y empotrar las nalgas en un sillico oculto bajo el asiento y a soltar el chorro o lo otro por la bacinilla coprónica, pues no tenía que hacer cola en los lavabos, así se hacía el avío del cagar y mear sina apearse; todo marchaba sobre ruedas. En estos viajes se trababan amistades que duraban de por vida, se contaban historias difíciles de olvidar y algunos incluso encontraban con la mujer de sus sueños. Don Pedro Antonio por lo que parece no pero otros galanes tenían más suerte. En las diligencias se moría la gente, nacían niños y se hacía el amor.

Comodidades e inconveniencias del romanticismo. En las fondas esperaban los chinches, el candil de sebo y alguna Trotaconventos a la que se podía hacer un favor por unos pocos patacones o un maravedí, porque entonces al no haber puticlubs el alterne buscaba sus sitios estratégicos en las ventas como las de Bembibre a pelo o al ajo arriero que en un recodo cuatro bandidos salieron, reza la canción, pues a Bembibre iremos todos como buenos compañeros. Había mesones y ventas que eran famosas en toda España desde el siglo XVI. Allí nació la novela picaresca y el romanticismo. Bécquer era también un apasionado de una diligencia a Soria que cruzaba media meseta.

La vida acaso tuviera otro sabor más fuerte que ahora. Pero los olores eran parecidos. Olor a tierra mojada, olor a mujer y olor a tinta fresca del papel recién salido de la imprenta- Alarcón quiso ser cura, luego militar pero acabó en periodista. Le aguardaba la probe menesterosa existencia de casi todos los escritores en su profético quehacer desagradecido. De muchos de sus contemporáneos ya nadie se acuerda pero sobre los sueños de estos artistas pergeñados en papel escribe la posterioridad. Ninguna riqueza mayor que la del espíritu. La vida de un poeta suele repetirse en unos y otros. No trasciende su labor ni son reconocidos en su trabajo aunque haya pocos menesteres en el mundo que proporcionen tantas satisfacciones interiores y aporten, inherente. Una grandeza interior que sólo conocen unos pocos. Tanta dignidad de hombre no cabe en estos seres olvidados a solas en su habitación amanuenses, pendolistas, cazadores de historias y de sueños, cálamo en ristre.

Ya Stalin los llamaba ingenieros del alma. En la antigua URSS era un gremio que gozó de ciertas perspectivas de futuros al igual que en los tiempos del franquismo (nunca se publicó tanto ni tan bueno en España como el periodo 1938-1975.) Entonces podría haber censura previa. Ahora hemos vuelto a las horcas caudinas de la Inquisición globalizada y universalista. Puedes publicar un libro pero no distribuirlo, nadie lo comentará en los medios si contiene apostillas al Régimen. Los medios de comunicación, las editoriales perroneras se hallan en manos de los enemigos de Cristo.

Así buenos novelistas y poetas quedan preteridos, fuera del juego, sometidos a una conspiración de silencio. Es la ley del silencio Estos que se proclaman demócratas ["nosotros somos demócratas… demócratas sí pero para vosotros mismos con la ley del embudo en la mano*] no dejan pasar una. Imponen el trágala del pensamiento único, políticamente correcto. Oye no te pases. Y te exhiben la argucia de las leyes de la oferta y la demanda que ellos controlan: el marketing.

Han capado el ingenio, mandaron al ostracismo a los escritores de inspiración y talento que son suplantados por la morralla informativa y los lameculos del Régimen, prácticos del auto bombo, estómagos agradecidos. Los elegidos de la musa están mucho peor que sus antepasados que eran gente de rumbo aunque por poco dinero y solían vivir en la plaza. Sus sucesores llevan vida de forzados en las ergástulas del anonimato. Es lo peor que le puede ocurrir a un literato: que le digan tú no existes. Dijo Larra escribir en España es llorar. Hoy a las plañideras les ahogan el grito con un sistema de cencerros tapados. Espronceda, Mesonero Romanos, Zorrilla, Bécquer, el propio Alarcón murieron en la indigencia pero gozaron de mucha fama y lograron publicar. Hoy no lo conseguirían y con decir que el Nobel se lo dieron a Vargas Llosa ya está todo dicho.

Pedro Antonio de Alarcón en su existencia terrenal pegó bastantes tumbos y rebotes. De anarquista empedernido se proclamó fiel vasallo de los borbones y anticlerical furibundo acabó besando la mano a todos los obispos y arzobispos. ¿Por mor de los garbanzos? Toda su obra rezuma melancolía, la tristeza y resignación de un ex seminarista que hubo de renunciar al sacerdocio porque murió la señora que le pagaba la beca. La perversa educación sentimental, los evidentes traumas sexuales del escritor destellan a lo largo de su obra. Ponía a todas las mujeres en un pedestal, idealizaba el amor porque lo iniciaron en la utopía pero a la vuelta de la esquina aguardaba el desengaño. De aquellas veneras emocionales estas romerías, estos fracasos y ridículos. Le van a pegar las mujeres muchas tortas. Estos románticos eran todos un poco salidos pero al final resultan unos pardillos. No se puede andar de esa manera por el mundo so pena de que el mihura del destino te sacuda no pocos revolcones y bajonazos.

En "Las cartas de un testigo de la guerra de África", "El sombrero de tres picos" o "El Escándalo" entreverada con una cierta ingenuidad no exenta de ironía resplandece la maestría noveladora de este accitano- era de Guadix el pueblo más viejo de España en la hermosa Penibética y cerca de la carena de Peña Nevada al igual que don Pedro Aparicio que fue mi maestro de periodismo- se advierte junto la fecundidad y variedad de los argumentos el saber llevar el plot.

"El Clavo", una historia corta, o una "esdacha" de rancio sabor ruso es todo un thriller digno de Edgar Alan Poe, cuento algo macabro: una calavera encontrada en un cementerio sevillano que tenía clavada una punta en el hueso coronal. Del hilo al ovillo y por un clavo se perdió una herradura y por una herradura se perdió un caballo y por un caballo se perdió la guerra. Resulta que la mujer que encuentra en el trayecto Málaga Granada el enamoradizo narrador, una tal Gabriela Zahara del Valle era la culpable de aquella calavera y aquel clavo que ríen la danza macabra de la muerte en un osario. Había dado muerte inducida por el amante a su esposo. Resulta que el que la cortejaba era el propio juez de instrucción que, sin saberlo, y tras ciertas pesquisas periciales en una visita al camposanto de autos, la condena a muerte. La rea confiesa su culpabilidad al tiempo que su amor por el hombre que la juzgaba. A mediados del siglo XIX con el romanticismo en su apogeo tales situaciones tan inverosímiles hoy dificilmente podían darse. Gabriela sube al patíbulo y al letrado que dictó sentencia lo destinan a la Audiencia de la Habana. A la sazón el feminismo no había asomado la oreja. Quiso la fatalidad que aquel crimen que fue descubierto por un procedimiento de rutina ocurriera en 1843 en la persona de Alfonso Gutiérrez del Romeral y parece basado en un hecho real. Tras cornudo apaleado. El juez que entendió la causa y dictó sentencia decía llamarse Tomás Zarco. He aquí una novela corta de acción trepidante. La misoginia de don Pedro Antonio sale a relucir. No se fiaba demasiado de las damiselas de las que se declaraba rendido amador en los trayectos del coche de postas., fue infeliz en su matrimonio. Se le murió un hijo adolescente. Este alpujarreño fue para muchos de nosotros uno de los escritores preferidos de nuestra adolescencia. Sus libros era una invitación a recorrer mundos fantásticos. Te hacían soñar. Hoy yacen en el olvido. Fueron bestsellers en su época; Alarcón fue el escritor más vendido con Fernán Caballero. Algún día volverá a ser reconocido cuando pase esta mala racha de críticos modorros, faltos de gusto y cursis anglosajones. Que han sustituido a los petimetres a la violeta afrancesados de hace dos siglos y a Paris por London. Hoy mandan en este corral con tufos de gallinero los anglos. Parece mentira que una literatura tan hermosa como la española, tan rica, tan human, sea desdeñada por los que se empeñan en pensar y en escribir en inglés y lo hacen mal porque ni galgos ni perdigueros. Sea desconocida por las nuevas generaciones, una artimaña del sionismo. Dios sabrá si son mastines o son podencos. "El Clavo" en resumidas cuentas es una pequeña obra maestra


EBURNEA SEGOVIENSIS LA CATEDRAL DE SEGOVIA


LA CATEDRAL DE SEGOVIA EN LA LITERATURA

 

La catedral está bien situada (leemos al comienzo de la novela de Jesús Fernández Santos “Las catedrales”), en el lugar más alto de la ciudad. Es la segunda que alzó el cabildo. La primera estuvo asentada en lugar más bajo y menos protagonista y, además, estorbaba el ardor guerrero del alcázar”. Gótico tardío como gustaba de llamarla Umbral. Constituye junto con la de Oviedo y la de Salamanca el último suspiro de la arquitectura medieval. Las tres diseñadas por Gil de Hontañón Pero la de Segoviana turris ebúrnea es la más alta de toda. Su cimborrio puede otearse los días claros a cien kilómetros. Son cuatrocientos treinta escalones desde la base al campanario. Imponente mole.  Su erección, comenzada después de ser destruida la anterior en la guerra de las Comunidades, costó sesenta muertos de todos los oficios albañiles carpinteros fumistas vidrieros talabarteros e incluso un canónigo se ahorcó era el limosnero (no le salían las cuentas al hacer el arqueos), vio bajar al sepulcro y ser coronados a diez obispos, recibió victoriosa las banderas de Flandes, lloró a muchos muertos. Campanas de gloria y misas de réquiem de todo hubo. Convidado de piedra y testigo mudo del paso de ocho generaciones Detrás de estos hermosos edificios se oculta una historia de afanes, pleitos, dilaciones, obreros que fallecían al caerse del andamio, canónigos fabriqueros que la palmaban a causa de un berrinche con los capataces, encargados que desaparecían con el dinero del cepillo de las ánimas, paros en la construcción por falta de presupuesto. Un ir y venir. Doscientos años en la vida de una ciudad de para muchos encuentros y desencuentros —Notre Dame de Paris tardó algo más y la construcción de la catedral de Lincoln llevó tres siglos— y este es el punto de arranque de esta excelente novela. La iglesia mayor de Segovia dedicada a Santa María es cifra y compendio de esa catolicidad titánica de nuestros ancestros. La jerarquía inspiró de la mano de la tradición y de la escritura pero quien puso manos a la obra fue el pueblo. Aquella Europa de las catedrales quiso edificar la ciudad de Dios, arduo empeño que se llevó por delante muchas vidas.

En lo alto de la torre allí donde se abren los cuatro ventanos vivía el campanero con su familia: la madre, el padre, Inés y Agustinillo al que pegaron un tiro en el Cerro Matabueyes; una familia con sus aperos de labranza, los cacharros de cocinar, la lumbre y las trébedes y hasta un cerdo que mataban por san Andrés.

Fernández Santos sitúa la acción durante la guerra civil cuando la torre catedralicia era un centro de vigilancia a los aviones. Un radar que escudriñaba los horizontes de la Mujer Muerta y Siete Picos.

El libro debe de ser autobiográfico pues la familia del escritor se refugió en la Ciudad del Acueducto al venir el Movimiento. Describe el fervor con qué se subió en procesión a la Virgen de la Fuencisla desde el santuario para evitar que los “otros” entrasen y supone que tal vez a esta intercesión milagrosa se evitó la destrucción de la milenaria urbe romana.

Encontré en las páginas de esta novela enigmática retazos de mi infancia mirando siempre para aquella catedral totémica con un campanario que eran cuatro ojos miraderos de una suprema atalaya.

A Fernández Santos lo conocí en el café Gijón allá por el año 93, iba por el sexto gintonic decía que tenía dolores y la ginebra le calmaba. El y yo, más sobrio que un fiscal, compartimos los dos recuerdos de la Dama de las Catedrales.

Uno fue monaguillo o seise de la santa iglesia catedral, sotana roja con esclavina roquete blanco las mangas perdidas de cera. Me dejaron entrar porque me sabía de memoria el “confiteor”. Fueron las oposiciones más fáciles y agradables que hice en mi vida.

Toda una serie de personajes de la vida real que conocimos — S. Santos alarga el catalejo desde su atalaya en lo alto y trata de encontrar el pulso vital de Segovia c. 1937 como Clarín describe el Oviedo del finiseculo del XIX — y ahí nos encontramos a don Cristino el archivero toda una vida leyendo y tomando apuntes para preparar un libro sobre la historia del cabildo. He aquí que se acuesta una noche decidido a emprender la tarea y a la mañana siguiente amanece sin memoria, victima del alzheimer. Don Cristino nunca publicó sus memorias.

O al deán Fernando Revuelta el amigo del general Varela al cual le apasionaba la Historia de los Heterodoxos de Menéndez y Pelayo aunque no tanto como los automóviles y las carreras de motos, sobre todo el biscuter, que estaban probando en la fábrica de Caretas y el SEAT 600. Un día en la sacristía mientras se desvestía, al cabo de una misa pontifical, le pregunté a bocajarro al señor deán:

— ¿Por que no se usted echa coche don Fernando?

—Niño — dijo— ¿para qué quiero coche si no tengo para gasolina? Soy un cura pobre

Y era verdad; el cabildo y el obispado eran riquísimos en bienes raíces casas pinares huertas pero sin apenas liquidez; a muchos canónigos en cuanto si les llegaba para mantenerse con la prestamera del beneficio.

Leyendo este hermoso libro a ratos melancólico, otras procaz, (podían ocurrir muchas cosas al subir los cuatrocientos y pico escalones de la escalera de caracol, que también allí el diablo se esconde por los rincones, aunque un letrero a la entrada del claustro lo exprimiese bien tajante: “pena de excomunión para el que en este sagrado recinto tenga pensamientos impuros o haga actos deshonestos”) he recuperado el niño y adolescente que fui.

Toda una familia vivía arriba con sus gallinas, el cerdo en la cohorte, y el aceite hirviendo en la perola donde la madre freía torreznillos.

Luego, cuando pusieron luz eléctrica, no hubo necesidad de campanero. Colocaron abajo el telefonillo y las campanas repicaban solas, accionando el interruptor de un circuito electrónica desde la sacristía.

Ya no fue necesario que el señor Sebastián aquel morañero pequeñito pero recio - me parece que era de Abades,-  el sacristán, todo un atleta,  ágil como una ardilla (eso yo lo he visto) trepase por la cuerda que colgaba de lo alto de la bóveda y gateara hasta arriba.

Una vez en la cúspide, desenrollaba la cuerda del badajo que estaba enroscada.  Luego descendería sus cincuenta y tantos metros descolgándose por la maroma con habilidad, y tan pichi. Aquello parecía un número de circo.

Los esculcas desde la atalaya en tiempo de guerra avisaban de la inminencia de un bombardeo pero la fuerza de Riquelme con los internacionales no pasó del Cerro Matabueyes. Allí estaba la Virgen de la Fuencisla cerrando el paso. Nombraronla capitana generala.

Fueron contenidos por la infantería del general Varela, que me parece que era algo amigo del deán, Allí fue donde le sacudieron un tiro a Agustinillo. Ese es uno de los ejes de marcha del argumento de esta novela sin tratamiento lineal sino a saltos siguiendo el esquema de la narrativa moderna donde los hechos reales se entreveran con los flujos de conciencia.

Subieron en procesión a la Patrona desde su santuario. La catedral era un hormiguero de gente y su torre un pararrayos.  Cumplió su misión estratégica.

Hoy ya no hay gallinas en el último piso. El campanario se ha convertido en un centro de atracción turística que ofrece las mejores vistas de la ciudad. ¡Viva la concordia y la paz aunque no vaya tanta gente a misa!